El Hombre Misterioso (Albino García)

Victoria de Cortazar
Imagen: Retrato hecho por el Profr. Fulgencio Vargas Ortiz.

Extendida la noticia del fusilamiento de Don Albino García, y pocos días después, los habitantes del Culiacán, empezaron a notar la presencia de un desconocido que en las inmediaciones de la barranca "del surco", se detenía aquí y allá como examinando cuidadosamente los accidentes del terreno, como si tratan de encontrar las huellas de una senda, por él recorrida ya hacía tiempo.

¿Quién era ese hombre misterioso y qué buscaba?, nadie hubiera contestado ésta pregunta, si este hombre que vivió por algún tiempo en la montaña, casi a la intemperie, andrajoso y hambriento y por fin paralítico por la desnutrición, no hubiera sido encontrado por algunas almas buenas que lo llevaron caritativamente a lomo de caballo, el rancho más importante de entonces, San Nicolás de los Agustinos. Como es de suponer los caritativos hombres pensaron de inmediato llevar al enfermo, con el sacerdote del lugar apellidado el Padre Corrales religioso agustino que se dedicaba con gran celo a las obras de Pastoral y de Caridad con sus feligreses. Don Ignacio Guerrero, hombre de edad y de muy agradable carácter, desempeñaba en el lagar, el oficio de barbero y hasta de medico y licenciado, materias en las que tenía algún conocimiento. Este señor conocido como Don Nacho, era muy amigo del Padre Corrales, detalle importante para entender los sucesos.

Era una tarde muy fría y lluviosa cuando llegó el hombre tullido llevado por los desconocidos a la vivienda del Padre Corrales en busca de albergue y auxilio. De salud endeble y notando que se acercaba su final, aquel hombre misterioso hizo una confesión al Padre Corrales en la siguiente forma; "Padre, desprenda de mi cuello una pequeña bolsa y dentro de ella encontrará un pedazo de papel amarillento con la descripción exacta del sitio que guarda las riquezas de Don Albino García, encontrando por supuesto en el mismo los medios para orientarse. Lea usted el papel, e infórmese del contenido para que cuando yo muera, visite al Culiacán y recoja del escondite que está en la barranca del surco, pues es mi voluntad que usted lo acepte para que haga de él, el uso, que mejor le convenga, de acuerdo con los sentimientos humanitarios que le caracterizan; sin olvidarse de dedicar una parte de esa fortuna a las necesidades de mi pobre alma que ahora más que nunca se acoge a la bondad de usted, y por su mediación, a la misericordia divina.

EL PADRE CORRALES

El caritativo Padre Corrales que recibió al desconocido y de él, el relato preciso sobre la cueva del tesoro, abrió el papelillo amarillento por la mugre y por el tiempo que lo tuvo en su cuello el desconocido, fué el primer testigo ocular junto con Don Ignacio, que localizó el lugar preciso de la cueva del tesoro.

Tan pronto hubo terminado la lectura del papelillo, se aprestó a escuchar la confesión del desconocido, que comienza a entrar en agonía y por lo corto de la misma, sólo pudo pronunciar éstas misteriosas palabras: 'La cueva de los cadáveres es un escalón para llegar a la meta." y expiró.

Tan pronto el Padre Corrales y Don Ignacio hubieron sepultado al hombre desconocido, se apresuraron para arreglar su viaje al Culiacán y encontrarse con el lugar indicado tan precisamente por el misterioso recado. Varios días estuvieron intentando de la noche a la mañana y sólo llegaban a la puerta de la gruta, que desde ahí perdía toda huella. Por último decepcionados y cansados de la lucha por lo imposible desistieron de la empresa. Muerto el Padre Corrales, toca a Don Ignacio guardar el papelillo amarillento quien por no tener ya compañía para realizar el plan, lo entrega solemnemente a su compadre cuyo nombre no se conoce pero que vivía en Jaral del Progreso. Entusiasmado el compadre por la inesperada fortuna que se le ofrecía reunió a cuatro o cinco de sus allegados, con el corazón lleno de ilusiones en la casi segura realización de ellas.

Al principio los trabajos de estos visitantes resultaron infructuosos y hasta temían que al fin tenían que desistir como el Padre y Don Nacho, pero sucedió que uno de los acompañantes trató de cazar alguna buena pieza y se encontró sólo con una torcaza a la que hirió y ésta en su afán de defensa se introdujo en el agujero de una roca. El cazador tratando de ensanchar la abertura de la roca utiliza un machete con el que se apoderaría fácilmente de su presa; pero con gran asombro nota que la abertura se comunica con un lugar espacioso, que bien pudiera ser el buscado con tanto esmero. Da aviso a sus compañeros los que después de reunirse y confrontar lo sucedido con el relato del papelito, se entregan con ardor y seguridad a la apertura de la mencionada cueva de la que al fin logran quitar la piedra que obstruye la entrada de la señalada gruta.

Cansados por el trabajo aunque satisfechos por el encuentro decidieron aplazar la obra para unos días más mientras encontraban nuevos ayudantes de seguridad y confianza y luego útiles para remover las rocas. Poco después y habiendo reunido nuevos colaboradores reanudan la tarea de remover los escombros de la entrada que por fin se les abre de par en par. Pero tal parece que a grandes ilusiones corresponden grandes desalientos. Entran corno en bandada y tropezándose unos a otros sobre el agujero de la roca pero tan pronto como entran salen despavoridos temblando y con manifiestas señales de pavor que indicaban a las claras un hallazgo macabro. Allá en el interior de la caverna lúgubre habían visto diseminados a flor de tierra, como un cementerio lleno de restos mortales, varios esqueletos en posiciones diversas; y en el fondo dibujada sobre la pared una enorme calavera y dos canillas en cruz, que hacían referencia a la cabeza y a las manos de Don Albino García, diseminadas por distintas partes del Estado de Guanajuato; y a mitad del pavimento de la cueva como dominando un cuadro de ultratumba, se encontraba un panal con mango negro de madera, sujetando un hilacho podrido, en el cual podían leerse estas palabras escritas con sangre:

"Si quieres encontrar los fabulosos tesoros de Don Albino García, Junta primero las partes de su cuerpo, cuyas figuras ves pintadas en el fondo de esta cueva; dales cristiana sepultura con las otras partes de sus huesos y ven después a recoger lo que una mano desconocida te mostrará. La cueva de los cadáveres sólo es un escalón para llegar a la meta".

Pasa el tiempo y lo inexorable del mismo y los deslaves de tierra, rodeados de roca y fronda que aparecen, han formado enormes aludes que irremediablemente han borrado la entrada de la fabulosa cueva.

P. Miguel Martínez Martínez. 
Relato extraído de Don Fulgencio Vargas

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